Lluis de Turiellos

Y un poeta orixinal, que ye una categoría a parte que dexa güelga propia nel camín de les lletres, que yá ye abondo. (Munches gracies, Lluis)

domingo, 9 de enero de 2011

La pareja del momento


Hace ya tanto tiempo que el cuatro se repite al datar los años acontecidos. Correspondía el Sacramento en Cabanas, de donde era la moza de la pareja del momento. Ella era tan agraciada y tan alegre que todo el mundo la miraba; en tanto que de él, me reservaré la opinión que me causaba. Se les veía por todas las fiestas de los pueblos y aldeas del concejo, y parecían saber bailar todas las piezas que interpretaban las respectivas orquestas. La misa se celebró en San Félix y quiso el azar ubicar a mi lado a aquella joven en la improvisada procesión que iba a circundar la iglesia. La acompañé con mi silencio, mis observaciones de reojo, mis 13 años y mis 14 vergüenzas. Ella debía de rondar los 17 de desparpajo y se me antojaba inaccesible. De repente, el cura ordenó la temida genuflexión y se fue consumando el sacrificio de doblegar las artrosis sobre la tierra y de desgraciar medias de estreno entre fastidios mal disimulados. Yo mancillé el pantalón de un traje azul que constataba muchas jornadas de sudor de mis progenitores. Así, la mañana fue transcurriendo entre máculas, rezos, reverencias, chismes y voladores.

La noche comenzó a engullir a una tarde que se iba desvaneciendo inexorablemente. Para entonces ya había terminado de embadurnar cumplidamente el traje azul, atendiendo al compromiso inexcusable de jugar un partido de fútbol, invitado por los hijos del caminero. Desde la carretera vislumbrábamos, en la hondonada, un luminoso tendal del que pendían una docena de tenues bombillas que desvelaban la ubicación del festejo. La música guió nuestro descenso a través del lóbrego e inclinado camino. Después de varios minutos y de empolvar profusamente zapatos y pulmones, nuestra pandilla de mocosos se unió a la velada. La pareja del momento ya amenizaba el ambiente, arropada por los parroquianos del improvisado chigre y por los que “tenían” por las paredes.

Aquel verano advertí en reiteradas ocasiones a la celebre pareja en otras tantas festividades entre remachadas carcajadas, fisgoneos de los asistentes y alguna que otra sidra. Hoy, tras acomodarse, impertérritas, múltiples canas y rugosidades en todos los que vivimos aquellos momentos, tengo la completa seguridad de que, aunque ya ejerciendo de mujer madura, aquella muchacha conserva el insultante encanto de su sonrisa.

(Pindesierra / relatos)

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