y otra más...
El perro de la vecina
excreta cerca de un
kilo,
de defecación canina,
con disimulo y
sigilo.
Ella le expide una
mueca,
apostada en la otra
acera,
y, tras hacerse la
sueca,
se marchan a la
carrera.
Allí dejan el regalo,
que pisará un
transeúnte,
puede ser inglés o
galo,
el que su zapato
unte.
La caca se desparrama
y se esparce por la
vía,
por su difusión, en
rama,
huele por donde no
olía
nada más que a orín
humano
y a las revueltas
basuras
del contenedor
cercano
que añade
descomposturas
al humo de los pitillos
de abandonadas
colillas,
de los guarros y
guarrillos,
en Callao o en Las
Vistillas.
Con un aerosol remata,
ajeno muro, un
artista,
gas en dispersión de
lata
que propaga y se
despista.
En tanto que grazna
el grajo,
finaliza el botellón,
uno propulsa un
gargajo
y otro, la
devolución.
Mas, mujer, no seas
rancia,
no dejan de ser
costumbres,
hay que tener
tolerancia,
es mejor que te
acostumbres.