Almuerzo ellí onde s'allugaron hai
cuantisimayá los pozos de xelu de la Villa y les cais aínda te falen d’aquella
dómina. Nel llugar nel que Julio da parola ya emburria la sorrisa. Ellí onde
Raúl igua los churros y les porres por
ensalmu. Entro'l postreru y salgo'l primeru, anque enxamás m’escalda lo que fierve…
Me pescaron cuatro
churros,
que he almorzado con
deleite,
ingiriendo sus
susurros,
los susurros del
aceite.
Como estaban tan
calientes,
me han calcinado la
lengua,
rieron otros
clientes,
esa ignición que ya
mengua.
Me fui ignorando sus
risas,
sus chaquetas y
corbatas,
sus diligencias
sumisas
y sus mentes
insensatas.
De esa manera, una
porra,
me refrenda tal
efecto,
sin que nadie me
socorra
y es que confieso al
respecto
que me agrada cuando
queman,
que me repele lo
tibio,
que me repugna que
teman,
si rechazan el
alivio.
Es símil mi desayuno,
un tentempié
extrapolable,
sé que a veces
importuno
al bufón y al
miserable.
Mas ese es mi día a
día,
de esta mi existencia
exigua,
me almuerzo con
poesía,
porra y ardor de La
Antigua.
En el Madrid de la
magia,
donde nadie allí
destaca,
ni distingue la
aerofagia,
en la calle de
Apodaca.
Es Raúl el
alquimista,
el que produce el
milagro,
dejando la rosca lista
y aminorando el
deflagro.
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