Al campu de Les Alfombres−y llamaben campu de La Sorda al otru llau de la Castellana. Ellí pasáramos de los meyores momentos de les nueses vides. Una de les muries separtaba esti terrén de la finca de Menéndez Pidal, onde de cutiu se nos encolaben los balones. Teo prometíu dir a la fundación que lleva’l so nome p’aportar enmarcada esta poesía en castellán a la casa muséu d’esti renomáu payariegu. Bien de tiempu depués alcuérdome que’l mio bon amigu Vital, de La Pontecastru Tuña, acarretara al maestru nel so taxi y cuntárame como mientres el trayeutu aquel home menudín pruyía porque−y cuntara coses d’Asturies…
Otra vez que se ha
encolado,
que se ha encolado el
balón,
al jardín o a su
tejado,
¡eche el balón don
Ramón!
Que se encoló por
desliz,
¿acaso no le da
pena?,
como poema del Cid,
vuélvalo doña Jimena.
Desde el campo de la
Sorda,
llamado de las
Alfombras,
junto al taller que
las borda,
de los muros, en sus
sombras.
Seducido por su casa
y por el bello olivar
de vez en cuando
traspasa
y allí quisiera
quedar.
Por tanto tiempo a su
vera,
como tantos que
jugamos
de verano a
primavera,
cuando faltó le
lloramos.
Al pasar por esa
zona,
aún hoy huele a
romero,
pero el tiempo no
perdona,
bien lo sabe el
romancero.
Este paisano más
lerdo
le ruega de corazón,
anclado en aquel
recuerdo:
¡Eche el balón, don
Ramón!
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