
El deambular de sus pasos durante la mañana siguiente le llevó a la estación de Atocha. Depositó 10 euros en una de las taquillas e inexplicablemente, sin comentario alguno, le fue proporcionado un billete. Bajó al andén y tomó un tren que partía, sin observar siquiera el destino.
Con el suave traqueteo quedó placidamente dormido. Las siguientes imágenes que advirtieron sus ojos correspondían al convoy parado con las puertas abiertas; fuera aguardaba una sola persona, su madre que lo estaba esperando.
J.R.Pindesierra
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