Es difícil de creer
que una
noche en los veranos,
siempre
sin dejarse ver,
cobren
vida los enanos.
Los que
están en el jardín
o de
adorno en la parcela
voltean
el balancín
y giran
la manivela.
Suben por
las escaleras,
desenroscan
las bombillas,
dan
brincos, echan carreras
y
descolocan las sillas.
A pesar
de estar a oscuras,
se
columpian de las ramas,
hacen
muchas travesuras
y se
prueban tus pijamas.
Algunos
podan la hiedra,
si
encuentran unas tijeras;
pero,
sus manos de piedra
frenan las buenas maneras.
Una vez
los vio Manuel,
aquel
del pelo rizoso,
cuando lo contó a Isabel,
le
llamaron mentiroso.
Es
difícil de creer,
ocurre una vez al año
y nunca
se dejan ver.
Es la verdad,
no te engaño.
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